martes, 9 de febrero de 2016

TRÍPTICO PUBLICADO POR EL MINISTERIO DE MEDIO AMBIENTE.

El Ministerio de Medio Ambiente editó este tríptico cuyo texto detallo más abajo. En él se relatan las circunstancias de la muerte y traslado de los restos de Isabel la Católica desde Medina del Campo (Valladolid) hasta la cuidad de Granada, traslado que se realizó bajo unas condiciones meteorológicas muy adversas.

En el tríptico figuran los patrocinadores del evento, y en cualquier caso, las empresas que tomaron parte a excepción de Servicios Técnicos Subacuáticos, a pesar de que sobre ella cayó la responsabilidad de que el vadeo del río se llevara a buen término, con éxito y con seguridad.



TEXTO CONTENIDO EN EL TRÍPTICO.

CRUCE DEL RÍO GUADALQUIVIR A SU PASO POR MENGÍBAR.

MISA CORPORE INSEPULTO.

 El 24 de noviembre de 1504, la Reina de Castilla doña Isabel de Trastámara, más conocida como la Reina Isabel la Católica, muere en Medina del Campo (Valladolid), aquejada de fiebres cuartanas, sobre las doce del mediodía.

Preces entre llantos y la celebración de la “Misa corpore insepulto” en el oratorio de la casa-palacio que los reyes de Castilla poseían en la ferial y amplia Plaza Mayor de la Villa medinense, sobre su “acera del portillo o potrillo”, presidida por el atributo del Rey don Fernando, seguida por los preparativos cortesanos para el traslado del regio cadáver hasta la lejana Granada, según había dispuesto en su testamento, modelo de prudencia cristiana devoción santa.

HASTA LA CIUDAD DE GRANADA.

Salieron los restos mortales de la Reina Católica revestidos con el burdo y penitencial hábito franciscano austero, pero fuerte ataúd, por el cual “con una cama para asentar las andas, cobró novecientos setenta maravedíes el maestro de obras de carpintería de Palacio”. El ataúd y sus andas, portado inicialmente por sus fieles criados y camareros, y rodeado por un gran número de “damas y caballeros junto a sus más fieles servidores y miembros de la Corte” que le escoltarían hasta la ciudad de Granada “sin detenimiento alguno” como la Soberana dispuso en su última voluntad.

Ya en las horas que precedieron a su cristiana y ejemplar muerte, la cerrazón de los cielos a barruntaba fuerte temporal, por lo que hubo que forrar el ataúd con “cueros de becerro y una fuerte funda encerada”.

Según los cronistas, el aguacero y truenos iniciales se transformaron pronto en diluvio oscuro y tenebroso, y así “diluviando traspusieron los puertos, entre rayos y truenos, dejando atrás rápidamente, Arévalo, Cardeñosa, Ávila, Cebreros y Toledo…” porque no solamente era el Reino todo el que únicamente lloraba, sino la Naturaleza también manifestaba su dolor y duelo.

Y así continuó el viaje-entierro de la Reina doña Isabel la Católica, vadeando ríos y patiquebrando acémilas, fueron alejándose de Medina y de Castilla, y así siguió recio el temporal durante los primeros días de aquel oscuro y tormentoso diciembre de 1504; y atravesando Jaén entró el doliente cortejo en Andalucía, que recibió el cadáver de Doña Isabel de Trastámara hecho un mar de lágrimas y dolor, y los cielos siguieron siendo negros y tenebrosos, vestidos de luto.


DOS CUERNOS DE BECERROS

Según los historiadores que vivieron en aquellos últimos días de noviembre y primeros de diciembre del año 1504 no conocieron temporal igual al que reinó en dichas fechas, y ya antes de llegar a Toledo tuvieron que cubrir y reforzar el féretro con “dos cueros de becerros, por lo que le pagaron al zapatero Diego de Madrid mil quinientos ochenta y cuatro maravedíes y medio”

Allí, en esta ciudad de Toledo, hicieron una breve parada “donde había muchos lodos y los caballeros y regidores que tomaron en hombros el ataúd frente a la toledana Puerta del Cambrón, de donde salió el Cabildo para rezar un responso, y lo llevaron a san Juan de los Reyes”, a pesar de que quisieron honrar los restos mortales de la Reina “Fundadora y Fundidora de España  y Madre de América”, en su bella y amplia iglesia-catedral Primada, pero el horrible temporal que, desde la tarde del día 26 de noviembre de aquel triste año de 1504, reinaba en la mayor parte de la Península Ibérica “urgía ganar tiempo” para que no se hicieran invadeables los ríos, e intransitables los caminos.

Y al pasar por Cebreros, treinta braceros tuvieron que ayudar a vadear el crecido río, lo que hacía presagiar el paso del caudaloso Guadalquivir y parte de su cuenca fluvial alta. Fueron muchos puentes los que se llevaron y rompieron las ventiscas y torrenteras tremendas, con desbordamientos y avenidas nunca conocidas en la memoria de aquellas generaciones.


MENGÍBAR.

Por la localidad de Mengíbar hubo que cruzarse en balsa el crecido e impetuoso río, y “más de un esforzado caballero tuvo que forzar a nado las arremolinadas corrientes.” Acémilas, provisiones y carruajes había que reparar sobre la marcha, así como los objetos y cruces, y las mulas y jumentos se despeñaban y caían por malos pasos y riscos del accidentado camino.

Dice Pedro Mártir de Anglería en su “Epistolado” que “ ni el sol ni la luna fueron vistos durante este tormentoso y póstumo entierro-viaje” que los fieles seguidores de la Reina Católica hicieron en largo y sufrido viaje hasta su sepultura terrenal en la Granada recién conquistada, y “sin embargo, ni un solo acompañante quiso abandonar el cuerpo querido y venerado”.

Por fin dieron vista a la ciudad de Granada y su fértil vega el 17 de diciembre de 1504, después de veinte días de un borrascoso y accidentado viaje fúnebre, y fue entonces cuando, Pedro Patiño, teniente del Mayordomo Mayor de Doña Isabel “ que era como aposentado de su postrer viaje” mandó hacer alto para reorganizar la fila de la triste comitiva, y al mismo tiempo “cubrir con nuevos paños el féretro” y con ello disimular los desperfectos producidos por el prolongado temporal, y tomar también un breve y necesario descanso.


“…Al vadear el río, la barca era arrastrada por la corriente y estuvo a punto de zozobrar… diose al barquero de la barca de Mengíbar, porque pasase toda la gente, un castellano, y a seis que le ayudaron, un real que montan 789 mrs…”

“… ¿Piensas que hicimos el viaje por tierra? Parecía que nos arrastraban las borrascas del mar… únicamente en las colinas y altozanos nos encontrábamos a seguro. Casi a nado atravesábamos los valles y llanuras, encontrándonos continuamente charcos y lagunas. De pies a cabeza nos cubría el lodo y el cieno. Las caballerías no tenían ya fuerzas para sacar las patas de la pegadiza gleba… allí se precipitaban en una fosa, más allá se dejaban abandonados los bultos al no haber caballería en la que transportarlos”.

“¡Ay, cuantos cuerpos desdichados, cuantas caballerías aquellos torrentes se tragaron!”

FIN DEL TEXTO DEL TRÍPTICO.

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