A las 08:00
horas quedamos en la nave de S.T.S. Juanma, su mujer Ana, embarazada de siete
meses, Nano y yo. Ultimamos detalles y sobre las 10:00 horas emprendimos el
camino, Juanma y Ana en la Renault, Nano con la Ford y yo con el Isuzu 4x4 de
Juanma.
El viaje
hasta Bailén, de unos 350 km, transcurrió sin incidentes, llegando al destino
sobre las 13:40 h. En primer lugar fuimos al hotel Bailén para dejar nuestros
efectos personales y comer. Se trataba de un antiguo parador de tres estrellas
que estaba aceptablemente bien y que disponía de una piscina que nos vino al
pelo para refrescarnos, pues en la provincia de Jaén en pleno julio, ya se
sabe. Comimos en el mismo hotel, satisfactoriamente por cierto, aunque quizá
con demasiados refinamientos que a la postre había que pagar, y no era cuestión
de cargarse el presupuesto del trabajo comiendo en ese lugar a diario, de
manera que había que ir pensando en buscar otro lugar para comer los días
siguientes.
Después de
la comida fuimos a reconocer la zona de trabajo, localizada a unos 12 km al sur
de Bailén y a unos 2 km al norte de Mengíbar. Tomamos la N-323 hacia Mengíbar y
pasado el PK12 nos desviamos a la derecha por un camino de tierra que discurre
en dirección oeste y que cruza un campo de olivos, como no podía ser de otro
modo por tierras giennenses. También pasamos por las inmediaciones de los
restos del Castillo de las Huelgas o Estiviel, que se alza sobre una pequeña
colina desde la que se domina un tramo del curso del Guadalquivir, llegando al
poco a la zona de trabajo.
El lugar está
rodeado de olivares que se pierden hasta donde alcanza la vista, impregnando la
atmósfera con su olor característico. Junto al río, en su margen oriental, se
abría un claro que quedaba a unos cuatro metros por debajo del nivel del campo
de olivos y a poco menos de dos metros sobre el nivel del río, una especie de
explanada en la que realizaríamos el despliegue. Las márgenes del río estaban
flanqueadas de árboles y arbustos prácticamente en todo su recorrido salvo en
la zona de paso al final de dicha explanada, que quedaba frente a un camino que
había en la orilla opuesta, que atravesando otro olivar en un tramo de unos 140
m, daba a una carretera secundaria paralela a una vía ferroviaria, la carretera
JV2304 que sería parte del itinerario de los expedicionarios hasta Mengíbar,
una vez vadeado el río.
El cauce de
aguas marrones, que en ese sector discurre en dirección NNE, tenía una achura
aproximada de unos 35 metros, y en el instante en que llegamos, la corriente
era bastante considerable, arrastrando toda suerte de ramas y pequeños troncos,
detalle que nos preocupó un poco.
FOTOGRAFÍA AÉREA DE LA ZONA DE ACTUACIÓN
1- Ubicación
de la presa de Mengíbar, en el curso alto del río.
2- Acceso
a la zona desde la N-323. Camino marcado en verde.
3- En
amarillo, la zona de la explanada, donde realizamos el montaje de la balsa y
los pantalanes.
4- Zona
de vadeo marcada con ondulaciones en rojo, en cuyas márgenes del río se
colocaron los anclajes de las guías de la balsa.
5- Continuación
del itinerario de la RUTA QUETZAL por la JV2304 dirección Mengíbar, a unos 2
km.
6- Polígono
industrial de Mengíbar.
Cuando
llegamos, estaban vertiendo hormigón en las fosas de ambas orillas de los
anclajes donde fijaríamos los cabos guías, anclajes consistentes en tres traviesas
de ferrocarril de las de madera y dos vigas en I de hierro clavadas
verticalmente. Las dimensiones de las fosas eran de unos 4 metros de largo por
2 de ancho y unos 50 cm de profundidad, y estaba reforzado con ferralla.
Hacía un
calor infernal, pues en aquella depresión no corría una brizna de aire, y la
proximidad del río no hacía más que aumentar el índice de humedad creando un
bochorno propio de una zona tropical. Lo que apetecía realmente era largarse al
hotel para darnos un refrescón en la piscina, pero no disponíamos precisamente
de mucho margen para realizar el trabajo, máxime cuando no estábamos muy
seguros de la fiabilidad del sistema que íbamos a emplear para vadear el cauce.
Así pues, decidimos meter mano empezando por descargar los “cubis” y
distribuirlos para su montaje. Comenzamos montando los dos embarcaderos
rectangulares con cinco “cubis” de eslora por dos de manga, con sus candeleros.
A continuación montamos la balsa con 7 “cubis” de eslora por 5 de manga,
también dotada de candeleros para evitar en lo posible caídas accidentales al
agua del personal embarcado.
Después de
la operación de montaje intentamos realizar varios lanzamientos de cabos de una
orilla a la otra, empleando diversos objetos como martillos, hierros y demás,
con la finalidad de evitar meternos en el curso del río, pues la corriente era
demasiado fuerte, pero los lanzamientos a golpe de brazo fueron
infructuosos pues nos quedábamos a unos
10 metros de la orilla opuesta, de manera que dejamos esa historia para el día
siguiente.
Mientras
estábamos metidos en faena bajo los efectos de aquel bochorno insufrible para
los que estamos acostumbrados a la fresca brisa del océano Atlántico, hicieron
acto de presencia dos representantes de la empresa ARPO y el cronista de Mengíbar,
Sebastián Barahona Vallecillo, un personaje de aspecto bonachón, amable en el
trato, conocedor de los detalles históricos concernientes a dicha población en
general, y sobre la comitiva fúnebre de Isabel la Católica en particular.
Sebastián Barahona Vallecillo, profesor de Enseñanza Secundaria jubilado, fue
nombrado Cronista Oficial de Mengíbar el
24 de noviembre de 1988 y desde entonces ha realizado transcripciones de
documentos antiguos, investigaciones, ha publicado multitud de artículos,
pregones y algunos libros, entre ellos “Mengíbar en sus calles” e incluso una
obra de teatro. Mantiene relaciones con prestigiosos archivos históricos como
el de Madrid y el de Simancas (Valladolid). En definitiva, el señor es una
eminencia en su especialidad y está bien reconocérselo.
Después de
tratar con ellos sobre aspectos del trabajo, seguimos con el mismo, recogiendo
el material sobrante para volver a meterlo en las furgonetas, a excepción de
los pantalanes y la balsa, que por su tamaño obviamente tenían que quedar allí,
aun sin vigilancia. A la caída del sol regresamos al hotel agotados por el calor
y con un catarro considerable, que en mi caso arrastraba desde hacía algunos
días, pero para ser martes 13, el día no nos fue mal.
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