A primera hora de la mañana,
aprovechando el relativo frescor matutino, procedimos a tender el primero de
los cabos de orilla a orilla, que utilizaríamos de tirolina para pasar los
demás. Volvimos a intentarlo de nuevo mediante el procedimiento del lanzamiento
del cabo atado a un martillo, y después con un grillete, pero no había narices
de llegar hasta la otra orilla, de manera que optamos por el plan “M” de
mojarse cruzando el río físicamente. Afortunadamente la fuerza del torrente había
disminuido bastante en relación con el día anterior, llegando a bajar el nivel
del río cerca de un metro. Esto fue posible gracias a la intervención de la
Confederación Hidrográfica del Guadalquivir cuyos operarios regularon el caudal
mediante el control de las compuertas de la presa de Mengíbar, que estaba a
poco más de 2 km río arriba, operación que nos facilitó las cosas.
Para realizar nuestro primer movimiento, Juanma se fue con el
coche a la otra orilla dando un rodeo de casi cuatro kilómetros para cruzar el
río por el puente de la N-323 cercano a
la entrada de Mengíbar, atravesar el polígono industrial de dicha localidad, y después tomar por la JV2304 que lleva hasta el
lugar de acceso al río en dirección norte.
Entre tanto Nano y yo nos quedamos en la explanada preparando la
maniobra para cruzar el río a golpe de aletas. Nano se encasquetó el neopreno,
un chaleco salvavidas, un casco, un mosquetón de seguridad para engancharse al
cabo y las aletas. Cuando Juanma se posicionó en la orilla opuesta, Nano saltó
al cauce desde un poco más arriba del punto de llegada a la otra orilla para
contrarrestar el arrastre río abajo. Cruzó asegurado al cabo aleteando lo más
rápidamente que pudo mientras yo iba largando de manera controlada para que
no se enganchara y Nano no pasara de largo el punto de arribada. Una vez cruzó,
Juanma aseguró el cabo en la orilla occidental y yo hice lo propio asegurándolo
en un anclaje de la orilla oriental. Este primer cabo serviría para montar un
reenvío y tender el resto de los cabos, y para que Nano pudiera regresar de
nuevo a la orilla oriental asegurado con el mosquetón. En esta fase tendimos un
par de cabos completando nuestro primer objetivo.
Seguidamente
procedimos a fabricar las cubiertas para los pantalanes empleando madera de
friso. Primero colocamos transversal y longitudinalmente unos largueros de madera de pino a modo de esqueleto sobre
los que clavamos los largueros de la cubierta, colocados perpendicularmente a
la eslora y con sus correspondientes huecos
para salvar el paso de los candeleros, que a su vez, al quedar
encajados, impedirían que la cubierta de madera se deslizara hacia ningún lado
sobre la superficie de los “cubis”. Trabajamos bajo la presión del sofocante
bochorno hasta la hora de comer.
Después de
la comida nos dimos un baño en la piscina, pues a esas horas el calor era
insoportable y un baño era de agradecer. Al llegar al tajo, antes de meter mano
optamos por montar un toldo de grandes dimensiones que nos vino de perlas para
combatir el sol. Además disponíamos de una bomba de agua que metimos en el río
para darnos un refrescón que resultaba de impresión, pues el contraste entre el
frescor del agua y el calor sofocante era peligrosamente elevado. Bañarse
directamente en el río resultaba inviable debido a la fuerte corriente que
volvió a incrementarse considerablemente cuando volvieron a liberar agua de la
presa de Mengíbar, con poca capacidad de retención. Además había demasiados
arbustos en las márgenes del río, que junto con los remolinos que generaba la
corriente, suponían verdaderas trampas incluso para nadadores experimentados.
Finalizado el montaje del toldo, nos centramos de nuevo en la
construcción de las cubiertas de madera para los pantalanes. Una vez listas,
las barnizamos a pistola y las encajamos entre los candeleros a los que también
les colocamos las barandillas a base de cabos de cáñamo. Paralelamente, los
operarios contratados por ARPO cubrieron de tierra las plataformas de hormigón
armado de los anclajes ayudados de una máquina excavadora mixta JCB.
Al caer el sol y con la llegada de los mosquitos, dimos por
concluida la jornada que resultó extenuante, no porque el trabajo en sí fuese
duro, sino por el sofocante calor, pues por ese lugar no corría ni una brizna
de aire. Nuestras gargantas se resintieron a cuenta de la ingesta abundante de
agua, tal vez más fría de lo debido, y las botellas del preciado líquido
cayeron una detrás de otra. Por lo demás el trabajo era entretenido,
funcionamos en perfecta armonía y sincronización, disfrutando de la faena pese
a la sofocante atmósfera.
Estábamos tan cansados que la alternativa
después de la gratificante cena estaba meridianamente clara… irse a la cama.
Además por aquellos andurriales no había
mucho que ver a esas horas. Juanma compartía habitación con Ana y yo con Nano.
Se dormía bien en aquel lugar, seguramente por el cansancio que arrastrábamos.
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