jueves, 4 de febrero de 2016

MIÉRCOLES 14 JULIO DE 2004 - MENGÍBAR (JAÉN) LANZAMIENTO DE LOS CABOS Y CONSTRUCCIÓN DE LAS CUBIERTAS DE LOS PANTALANES.

A primera hora de la mañana, aprovechando el relativo frescor matutino, procedimos a tender el primero de los cabos de orilla a orilla, que utilizaríamos de tirolina para pasar los demás. Volvimos a intentarlo de nuevo mediante el procedimiento del lanzamiento del cabo atado a un martillo, y después con un grillete, pero no había narices de llegar hasta la otra orilla, de manera que optamos por el plan “M” de mojarse cruzando el río físicamente. Afortunadamente la fuerza del torrente había disminuido bastante en relación con el día anterior, llegando a bajar el nivel del río cerca de un metro. Esto fue posible gracias a la intervención de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir cuyos operarios regularon el caudal mediante el control de las compuertas de la presa de Mengíbar, que estaba a poco más de 2 km río arriba, operación que nos facilitó las cosas.
     Para realizar nuestro primer movimiento, Juanma se fue con el coche a la otra orilla dando un rodeo de casi cuatro kilómetros para cruzar el río por el puente de la N-323  cercano a la entrada de Mengíbar, atravesar el polígono industrial de dicha localidad, y  después tomar por la JV2304 que lleva hasta el lugar de acceso al río en dirección norte.
     Entre tanto Nano y yo nos quedamos en la explanada preparando la maniobra para cruzar el río a golpe de aletas. Nano se encasquetó el neopreno, un chaleco salvavidas, un casco, un mosquetón de seguridad para engancharse al cabo y las aletas. Cuando Juanma se posicionó en la orilla opuesta, Nano saltó al cauce desde un poco más arriba del punto de llegada a la otra orilla para contrarrestar el arrastre río abajo. Cruzó asegurado al cabo aleteando lo más rápidamente que pudo mientras yo iba largando de manera controlada para que no se enganchara y Nano no pasara de largo el punto de arribada. Una vez cruzó, Juanma aseguró el cabo en la orilla occidental y yo hice lo propio asegurándolo en un anclaje de la orilla oriental. Este primer cabo serviría para montar un reenvío y tender el resto de los cabos, y para que Nano pudiera regresar de nuevo a la orilla oriental asegurado con el mosquetón. En esta fase tendimos un par de cabos completando nuestro primer objetivo.
Seguidamente procedimos a fabricar las cubiertas para los pantalanes empleando madera de friso. Primero colocamos transversal y longitudinalmente unos largueros  de madera de pino a modo de esqueleto sobre los que clavamos los largueros de la cubierta, colocados perpendicularmente a la eslora y con sus correspondientes huecos  para salvar el paso de los candeleros, que a su vez, al quedar encajados, impedirían que la cubierta de madera se deslizara hacia ningún lado sobre la superficie de los “cubis”. Trabajamos bajo la presión del sofocante bochorno hasta la hora de comer.
Después de la comida nos dimos un baño en la piscina, pues a esas horas el calor era insoportable y un baño era de agradecer. Al llegar al tajo, antes de meter mano optamos por montar un toldo de grandes dimensiones que nos vino de perlas para combatir el sol. Además disponíamos de una bomba de agua que metimos en el río para darnos un refrescón que resultaba de impresión, pues el contraste entre el frescor del agua y el calor sofocante era peligrosamente elevado. Bañarse directamente en el río resultaba inviable debido a la fuerte corriente que volvió a incrementarse considerablemente cuando volvieron a liberar agua de la presa de Mengíbar, con poca capacidad de retención. Además había demasiados arbustos en las márgenes del río, que junto con los remolinos que generaba la corriente, suponían verdaderas trampas incluso para nadadores experimentados.
     Finalizado el montaje del toldo, nos centramos de nuevo en la construcción de las cubiertas de madera para los pantalanes. Una vez listas, las barnizamos a pistola y las encajamos entre los candeleros a los que también les colocamos las barandillas a base de cabos de cáñamo. Paralelamente, los operarios contratados por ARPO cubrieron de tierra las plataformas de hormigón armado de los anclajes ayudados de una máquina excavadora mixta JCB.
     Al caer el sol y con la llegada de los mosquitos, dimos por concluida la jornada que resultó extenuante, no porque el trabajo en sí fuese duro, sino por el sofocante calor, pues por ese lugar no corría ni una brizna de aire. Nuestras gargantas se resintieron a cuenta de la ingesta abundante de agua, tal vez más fría de lo debido, y las botellas del preciado líquido cayeron una detrás de otra. Por lo demás el trabajo era entretenido, funcionamos en perfecta armonía y sincronización, disfrutando de la faena pese a la sofocante atmósfera.
 Estábamos tan cansados que la alternativa después de la gratificante cena estaba meridianamente clara… irse a la cama. Además  por aquellos andurriales no había mucho que ver a esas horas. Juanma compartía habitación con Ana y yo con Nano. Se dormía bien en aquel lugar, seguramente por el cansancio que arrastrábamos.


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