A primera hora de la mañana
nos empleamos con los preparativos de los cabos, empezando por extenderlos y adujarlos
adecuadamente junto a los anclajes de la orilla oriental. A continuación
sujetamos los chicotes de esos cabos al grillete del cabo auxiliar que tendimos
el día anterior que haría las veces de tirolina y pasamos a la orilla opuesta
uno de los cabos guía y el que se emplearía para el braceo.
A esas
horas el nivel del agua estaba subiendo tras la apertura las compuertas de la
presa de Mengíbar, aunque como se verá más adelante, esta presa de pequeñas
dimensiones no era determinante a la hora de regular el cauce. El caso es que
la fuerza de la corriente se había incrementado considerablemente en relación
con el día anterior, circunstancia que pudimos constatar cuando los cabos, aún
sin tensar, rozaron la superficie del agua. Eso nos dio una idea de la resistencia
que íbamos a tener que superar cuando botáramos los pantalanes y la balsa.
Una vez pasados los cabos de un lado a otro, procedimos al
tensado de los mismos, en particular al tensado del cabo guía, una operación
clave pues la tensión de los cabos resultaba determinante para que la balsa
pudiera evolucionar de una orilla a la otra con la menor resistencia posible.
Para esta operación nos ayudamos de un diferencial de cadena pues manualmente,
a tiro de brazo, hubiera resultado infructuoso.
Trabajando
simultáneamente en ambas orillas, tensamos los dos cabos, el cabo guía de la
balsa, que quedaba a pocos centímetros
sobre la superficie del agua, y el cabo de tiro, que debía quedar entre los dos
cabos guías pero al nivel del pecho de una persona de estatura media, para
poder tirar con eficiencia de la balsa. El cabo guía que colocamos era el del
lado de río arriba y llevaba incorporadas dos argollas de acero inoxidable en
las que en su momento engancharíamos mediante mosquetones los dos tirantes de
ese lado de la balsa, sujetos en las orejetas de los extremos de la misma. Por
decirlo de otro modo, los dos tirantes de sujeción al cabo guía iban colocados en
un costado de la balsa, a proa y a popa, aunque no estuviera claro cuál era la
proa y cuál la popa, pues la balsa tenía forma rectangular. Cuando llegara el
momento, los dos tirantes de sujeción de la balsa del lado de río abajo, los
engancharíamos directamente mediante mosquetones al cabo guía del mismo lado.
Finalizada la operación de tensado de los dos cabos, y dejando
el montaje del tercero para el día siguiente, seguimos completando el proceso
de fabricación de los pantalanes. Las cubiertas ya estaban colocadas y
barnizadas, así que el paso siguiente consistió en forrar con brezo los costados
para disimular el gris del polietileno de los “cubis”. También hicimos lo
propio con los candeleros de las barandillas, forrándolos de arpillera y
pintándolos a base de sprais con tonos ocres para dar una apariencia rústica a
todo el conjunto, logrando un efecto resultón.
El siguiente acto antes de irnos a comer fue botar uno de los
pantalanes y dejarlo amarrado en la orilla oriental de manera provisional.
Pesaba poco, así que la operación fue de lo más sencilla. Una vez asegurado
mediante cabos a los anclajes, nos fuimos a reponer energías.
Fue por la tarde cuando procedimos con el siguiente objetivo,
que era cruzar con el pantalán a la orilla opuesta navegando encima de él. El
traslado podríamos haberlo hecho empleando el cabo auxiliar a modo de tirolina,
pero de ese modo el asunto no tendría gracia. Además queríamos testar el
sistema con personal subido encima, para ver si el concepto funcionaba o no,
sería pues una prueba a pequeña escala que nos podía despejar algunas dudas,
pues si no lográbamos cruzar el río con el pantalán, probablemente tampoco
podríamos hacerlo con la balsa, bastante más pesada.
El proceso fue rápido. En los dos aros del cabo guía del lado de
río arriba, para entendernos, en el lado sur
(izquierda) según avanzábamos hacia el oeste, enganchamos mediante
mosquetones los cabos de los extremos del pantalán de ese costado, esto es, el
pantalán, en esos instantes haciendo las veces de balsa, iba sujeto al cabo
guía por proa y popa de su costado de babor.
En principio, para pasar de un lado a otro íbamos a embarcar solo
Nano y yo, dotación más que suficiente para la maniobra, pero se apuntó al sarao
el hijo del dueño de la empresa ARPO que pusieron a trabajar con nosotros para
que nos echara una mano en lo que hiciese falta, aunque en este caso supuso más
bien un lastre en el sentido literal, por una cuestión de peso, no por otra
cosa.
Sin más
preámbulos empezamos a bracear con el cabo para cruzar a la orilla occidental y
aunque aquello deslizaba bien, estuvimos a punto de pegarnos un remojón debido
a que la corriente nos desestabilizó. El pantalán apenas tenía poco más de 3.5
metros de eslora por 1.40 m de manga, y
el centro de gravedad de nuestro peso, que podía sumar del orden de 230 kg,
quedaba demasiado alto, de manera que cuando la fuerza de la corriente incidió
sobre el costado de la balsa, la escoró peligrosamente hacia el lado de
procedencia del torrente. Por suerte estuvimos hábiles los tres y logramos
contrarrestar el efecto con nuestras piernas, manteniendo un precario
equilibrio, a pesar del cual logramos alcanzar sin más problemas la orilla
opuesta. Una vez allí, aseguramos debidamente el pantalán en los anclajes,
cumpliendo con el objetivo marcado.
Para regresar a la otra orilla debíamos esperar a que nos
recogiesen con un coche, previo rodeo de casi 4 km por el puente de Mengíbar,
pero a Nano se le ocurrió una de las suyas. Pretendía regresar a la orilla
oriental por el agua sujeto mediante un mosquetón a uno de los cabos que
cruzaba el cauce – el más elevado - como
hizo el primer día con éxito. El problema radicaba en que en ese momento la
corriente era muy superior que la que afrontó en la ocasión anterior. Yo no lo
tenía nada claro, así que intenté disuadir a mi amigo, pero Nano es Nano y tiró
hacia delante.
Enganchó el
mosquetón de su arnés al cabo de braceo, como he dicho, el que quedaba más
alto, y a otro cabo de seguridad que sujetaríamos para el caso de que hubiera
que tirar de Nano con el fin de recuperarlo. Empezó a adentrarse a pie en el
cauce del río hasta que lo perdió y se desestabilizó debido a la fuerza de la
corriente. El cabo guía se combó con el peso de mi amigo y con la fuerza de la
corriente ejercida sobre su cuerpo, y a duras penas pudo mantener la cabeza
fuera del agua sin poder hacer nada más que avisarnos para que lo sacásemos de
allí, algo que hicimos tirando del cabo de seguridad, que para eso se había
previsto. Era la diferencia de hacer las cosas a tontas y a locas. Después de
la experiencia, en cualquier caso divertida, pasaron a recogernos con un coche
como estaba previsto desde un principio.
De nuevo en
la orilla oriental, donde teníamos desplegado el material, nos pusimos a
construir la estructura para la cubierta de la balsa siguiendo el mismo
procedimiento que con los pantalanes. Al ser más grande la faena resultó más
laboriosa, pero la coordinación entre los tres fue perfecta y sacamos el
trabajo adelante de manera expeditiva. Entre tanto, la excavadora mixta
contratada por ARPO se ocupaba de acondicionar el terreno para colocar
adecuadamente los pantalanes con el objeto de facilitar el embarque del
personal, no solo de los expedicionarios, sino también de las autoridades
locales y demás, razón por la cual era recomendable que el acceso a la balsa
fuera cómodo y sobre todo seguro. La excavadora también se ocupó de allanar el
terreno de la explanada para facilitar la botadura de la balsa, pues era demasiado pesada para ser movida solo por
tres o cuatro personas. Estaba claro que necesitaríamos emplear los vehículos
para moverla, y eso requería cancha suficiente y acondicionada para evitar
atascos en la tierra.
A última
hora de la tarde aparecieron los técnicos de la Confederación Hidrográfica del
Guadalquivir para coordinar el asunto del caudal del río, clave para el buen
desarrollo del evento previsto para el sábado 17. Como he reseñado
anteriormente, a escasos dos kilómetros río arriba se encuentra la presa de Mengíbar.
La presa originalmente fue inaugurada en 1916 por Alfonso XIII, aunque fue
remodelada en 1975. Se trata de una central hidroeléctrica de tipo fluyente,
con una potencia de 4,2 MW, un caudal nominal de 75 m3/s y un salto
bruto de 8,2 m. La presa consta de 4 compuertas móviles para aliviar las
avenidas grandes, con una capacidad de desagüe de 3.700 m3/s y un
pequeño aliviadero pequeño para avenidas de poca entidad.
Por lo que
nos contaron los técnicos, pese a su proximidad, el control de sus compuertas
apenas influiría sobre el cauce, de manera que el control del mismo lo
ejercerían regulando las compuertas de la presa del Tranco de Beas, ubicada en
la Sierra de Cazorla, distante a 90 km en línea recta, en dirección NE y a más
de 9 horas a velocidad de la corriente del punto donde nos encontrábamos. Esto
es, una vez reguladas las compuertas de la presa del Tranco de Beas, el caudal
en la zona que había que vadear con la balsa no se modificaría hasta pasadas
las nueve horas, de manera que la coordinación era fundamental. Juanma les dio
unas indicaciones sobre cuáles serían las condiciones óptimas para manejarnos
con la balsa, y después de tomar nota, se marcharon sin poner ninguna objeción.
Después de
la pequeña reunión con los técnicos de la confederación, dimos de mano agotados
por el calor que no daba tregua. Regresamos al hotel para cenar y echarnos a
dormir, cansados pero satisfechos y algo más tranquilos al ver que las cosas
iban tomando forma, aunque siguiésemos con el tiempo justo.
Fotografía aérea de la presa de Mengíbar. En primer término el puente de la A-44 que discurre paralelo al puente de la N-323 que queda a unos 500 m río abajo, al WSW de la A-44
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