Serían las 07:30 h de la
mañana cuando llegamos al escenario del vadeo y ya había público esperando en
la orilla occidental. Comprobamos que el nivel del río era adecuado para que la
balsa no varase en las orillas y que la corriente estaba bastante contenida
gracias a la regulación del cauce por parte de los técnicos de la Confederación
Hidrográfica del Guadalquivir. Lo primero a lo que procedimos fue al reparto de
camisas caquis tipo safari, unas prendas muy para la ocasión, que Juanma tenía
preparadas con el fin de uniformar un poco al personal. También repartió unos parches de tela con el logotipo
de S.T.S. bordado, para colocarlos en las camisas, parches que tuvimos que
pegar con cianocrilato pues no había tiempo para ponerse a coser. A
continuación enganchamos la balsa a sus dos cabos guía y colocamos el pantalán
de la orilla oriental, donde se procedería al embarque del personal.
Otro
elemento que se montó fue un cabo de seguridad con unos flotadores a lo largo,
que cruzaba el cauce de un lado a otro a unos 30 metros río abajo del lugar de
vadeo. Su finalidad era la de hacer de barrera por si alguien se caía de la
balsa. Para que el cabo no tocase el agua mientras no hiciera falta y con el
fin de que no se viese afectado innecesariamente por la corriente, se tensó un
poco mediante un cabo fino que se
cortaría en caso de emergencia.
En el caso
de una caída al agua, la persona en cuestión lógicamente se vería arrastrada
por la corriente río abajo en dirección al cabo. Uno de los buzos de seguridad,
en ese caso Álvaro, que se colocaría en la orilla occidental, cortaría el cabo
fino para que el principal rozara el agua y el náufrago pudiera asirse al mismo
y mantenerse en él hasta que llegaran al rescate los dos buzos, Álvaro y Pecci,
que se colocaría en la orilla oriental dando la nota con un gorro de paja. Si
la jugada del cabo fallase, había que contar con la posibilidad de que los
buzos y el náufrago se diesen un garbeo Guadalquivir abajo hasta donde pudieran
encontrar un lugar desprovisto de vegetación para salir del río. Si en vez de
una persona cayesen varias, entonces vaya usted a saber cómo habríamos de
arreglárnoslas.
Como he
dicho antes, las funciones de buzos de seguridad estaban asignadas a Álvaro y
Pecci. Joselito y Toni se encargarían en principio de repartir los chalecos y
organizar al personal que embarcaría en la orilla oriental, el punto de
partida. Domingo se colocaría en la orilla occidental en la zona de desembarco
y se ocuparía de recoger los chalecos salvavidas de los fuesen llegando, para
retornarlos a la balsa. A Nano y a mí nos tocó hacer de balseros y nos
ocuparíamos distribuir al pasaje para repartir los pesos, darles las
instrucciones para que tiraran de la balsa debidamente y de forma ordenada,
además de estar pendientes de su seguridad, no fuera que se despistara alguno y
pusiera pie en el agua. Una vez desembarcado el personal en la orilla
occidental, nos tocaría tirar de balsa a los dos solos para retornar a la otra
orilla y recoger más pasajeros. Finalmente, Juanma se ocuparía de supervisar
todo el cotarro y se encargaría de hacer algunas fotografías. En la fotografía
siguiente resalto algunos detalles.

1 – Pantalán occidental en la zona de
desembarco. Domingo se ocuparía de supervisar el desembarco del personal.
2- Argollas a las que se sujetaron los
extremos de la balsa. En el lado opuesto sólo colocamos mosquetones.
3- Cabo guía del lado de río arriba o sur.
4- Pantalán orilla oriental, en la zona de
embarque.
5- Álvaro en su puesto de socorrista,
equipado con neopreno. A su lado estaba el cabo fino que tendría que cortar
para que la barrera de flotadores rozase la superficie en caso de que alguien
cayera de la balsa.
6- Barrera de
seguridad con flotadores, a unos 30 m de la balsa río abajo, para que hubiera
tiempo de reacción.
7- Cabo guía
del lado de río abajo o sur. A este cabo la balsa se sujetó mediante
mosquetones.
8- Cabo de
braceo mediante el cual se movería la balsa.
Sobre las 09:15 horas llegaron
a la explanada las autoridades municipales y provinciales, entre ellos el
Alcalde de Mengíbar. Unos cuarenta y cinco minutos más tarde
llegó a pie la comitiva de la
RUTA QUETZAL, a los chavales y sus monitores me refiero, precedida de tres Land
Rover, uno de ellos con los colores del Camel Trophy, equipado con sus
planchas, sus petacas de combustible, faros de largo alcance en la baca y toda
la parafernalia para las rutas todo terreno. En ellos iban Miguel de la
Quadra-Salcedo con su camarilla de asesores, ayudantes y reporteros, ataviados
con ropa tipo safari.
La chavalería que protagonizaba la marcha, lo hacía en procesión
relativamente ordenada pero sin demasiado entusiasmo, probablemente debido al
cansancio acumulado. Según contaban algunos, llevaban en planta desde las
cuatro y media de la madrugada y
acusaban un pateo de treinta y tantos kilómetros sin haber siquiera
desayunado. A los que marchaban en cabeza, una veintena de ellos, los ataviaron
con lobas y capuces negros, esto es, una especie de túnicas negras con capucha,
que era lo que les faltaba a las pobres criaturas teniendo en cuenta el calor
que hacía, aunque llevaban el mismo calzado que todos los demás, unas botas
Panamá Jack, uno de los patrocinadores de la organización. El resto de la tropa
iba por detrás, más dispersa y con menos orden. Los de las túnicas las llevaban
para recrear el ambiente de la época en la que transcurrieron los hechos, y las
caras de funeral las llevaban todos de serie debido al cansancio.
Antes de comenzar con el embarque tocó el “baño de masas”
entorno a la figura de Miguel de la Quadra. El ex atleta, ex reportero y
fundador de la organización, se sentía cómodo en su papel estelar, se notaba
que estaba acostumbrado a ello, se sabía el centro de atención del evento y no
parecía estar abrumado en absoluto.
Finalizado el pasteleo mediático en la orilla oriental, se
continuó con la representación procediéndose al embarque de los primeros
expedicionarios, nueve chicos y chicas
de varias nacionalidades, con túnicas negras y un par de reporteros, además de
Nano y yo. Los de las túnicas se colocaron los chalecos debajo de las mismas
para no romper la estética.
El público permanecía expectante en la orilla opuesta. Nano se
encargó de dar instrucciones a la eventual marinería sobre cómo debían tirar
del cabo, y se colocó en proa a babor para controlar esa zona. Yo me coloqué en
popa para controlar sobre todo a los dos chavales que quedaban más atrás, que
tendían a aproximarse peligrosamente al borde de la balsa cuando tiraban del
cabo, de manera que me pasé gran parte del trayecto hacia la orilla occidental
con el brazo haciendo de barrera.
Serían las 10:30 h cuando la dotación de la peculiar balsa
estuvo dispuesta y procedimos a zarpar. Los chavales, dotados de guantes,
empezaron a tirar de brazos llevando el ritmo que marcaba Nano, y la balsa
inició su corta travesía hacia la orilla de enfrente ante la expectación de
todos. La balsita desafiaba con salero la corriente río, regulada con esmero
por la confederación hidrográfica, una ventaja con la que no contaron los
pobres que tuvieron que acarrear con la finada Isabel aquella tormentosa
jornada del 13 de diciembre de 1504. Algunas indicaciones al personal para
repartir pesos y equilibrar la balsa, y arribada sin contratiempos a la orilla
occidental. Aplausos, entusiasmo generalizado y alivio para nosotros porque la
cosa funcionaba.
Tras desembarcar al personal y recuperar los chalecos y los
guantes para que pudieran utilizarlos los que quedaban en la otra orilla, nos
tocó tirar de cabo a Nano y a mí. El sofocante calor empezaba a apretar y
nosotros a resoplar, solo de pensar que era el primero de los al menos veinte
viajes más que había que hacer para que pasaran las autoridades y la comitiva
al completo que rondaba la centena de personas.
Después de que hubieran cruzado los expedicionarios de las
túnicas negras, tocó el turno de las autoridades locales, precedidas de Miguel
de la Quadra-Salcedo, que en esas fechas, para tener 72 años se encontraba
bastante bien, pero no mejor que mi madre. Con todo cojeaba un poco y parecía
recurrir mucho de un tal Luís Luna, que debía ser el director del campamento,
su ayudante o algo así, al que traía por la calle de la amargura pues requería tantas veces al pobre hombre, que le
iba a gastar el nombre.
Cuando de
la Quadra embarcó, le di la bienvenida abordo, y tras darme las gracias me preguntó
sin venir a cuento que dónde había hecho la mili. Un poco perplejo por la
pregunta, le respondí que la hice en Infantería de Marina. Entonces, como si le
hubiera saltado un resorte, me contó una de sus historias acerca de uno que él
conoció cuando estuvo de reportero en el Congo, que hizo la mili como infante
de marina y que después se metió a mercenario. De seguido contó a todos los presentes aquella historia
bien conocida de cuando estuvieron a punto de fusilarlo en el mismo Congo por
filmar un fusilamiento.
Cuando terminó de contar la historia exprés, primera parte, se
dirigió al otro extremo de la balsa donde estaba Nano, y tras hacerle la misma
pregunta que a mí, casi sin dejarle responder, se enfrascó en otro de sus
monólogos sobre sus aventuras por el ancho mar, con el corrillo de autoridades
entorno suya chupando cámara, y no paró de hablar hasta que llegamos a la otra
orilla.
Antes de
pisar tierra en la orilla occidental, de la Quadra intercambió algunas palabras
con Domingo, para después centrarse en el protocolo previsto, desembarcando
cual General MacArthur pero sin pipa y sin mojarse los pies, aunque sí se dio
otro baño de masas entre los paisanos de Mengíbar que asistieron al evento, que
no pasaban de los 150 asistentes.
Mientras nosotros embarcábamos los chalecos y los guantes para
llevarlos de vuelta a la otra orilla, de la Quadra dijo unas palabras de corte
oficial delante de los asistentes, mientras que se descubría una placa
conmemorativa, que por cierto no llegué a ver de cerca. De la Quadra seguía
requiriendo continuamente al tal Luna, y fue así como lo dejamos la última vez que
lo vería por el resto de los días amén.
Regresamos a la otra orilla para recoger a los
expedicionarios que quedaban, los cuales ya no llevaban túnicas, solo cansancio y hambre,
ciento y pico de chavales con sus monitores esperando pacientemente el turno
para cruzar en la balsa y poder completar los últimos cuatro o cinco kilómetros
hasta Mengíbar donde les esperaba el desayuno, aunque dadas las horas que eran,
dudo que algunos llegasen a tiempo para tal propósito.
Cuando
hicimos el siguiente viaje a la orilla occidental, de la Quadra y su comitiva
habían desaparecido, y el público empezó a retirarse también. Ver cruzar la
balsa una y otra vez con chavalería anónima abordo ya no tenía interés, además
el calor empezaba a apretar y lo que primaba a esas horas era tomarse unas
tapas con unas buenas cervezas.
Dejaron atrás a los demás
jóvenes de la ruta, los pobres a esas horas hartos y hartas de coles, a los que
fuimos pasando en tandas de unos 12, lo que supuso unos 10 viajes de ida y
vuelta, aunque a Nano y a mí nos relevaron después de hacer poco más de la
mitad de todos los transbordos que se hicieron.
Cuando terminamos trasladarlos a todos era más bien la hora de
comer. Nadie se dignó a pasarse para felicitarnos por nuestro trabajo, ni si
quiera los de la constructora, que se apuntaron al desayuno, pero así son las
cosas, unos cardan la lana…
La
explanada quedó desierta a excepción de los integrantes de S.T.S. pero de todas
formas teníamos motivos para estar orgullosos por el resultado de nuestro
trabajo. Tras asegurar la balsa, que ya
no volvería a utilizarse más, nos hicimos las fotos de rigor para recordar la
historia, y a continuación nos fuimos a comer todos juntos.